Aquí está ella: la mayor Tayū que jamás haya vivido. Presentando un espectáculo privado en esta ala apartada de la Alhambra. Su primer espectáculo fue para el rey y la reina. Ahora baila en el lugar para una variopinta tripulación de jugadores y aristócratas. Sirvientes y ovejas negras que han oído su mito y vienen a ver por sí mismos... la Reina del Baile que no puedes derribar. Encontrada en cada palacio de esta gira, se quedan hasta que amanece, dispersándose a sus habitaciones antes de que alguien los vea.
Y había dejado que su leyenda corriera salvaje durante años, porque seguía demostrando ser cierta. No sabía si tenía el control de ella. No quería saberlo. Todo lo que sabía era que atraía multitudes cada vez más grandes a cada fiesta. Donde intentaban derribarla en habitaciones traseras y escondites. Lanzando de todo, desde naranjas hasta bacalao mientras ella capturaba su mirada sobre su carne desnuda asomando bajo las sedas. Sabiendo que sin importar el caos que lanzaran, ella lo atraparía como cada otro plato, cuenco y tetera que ha atrapado en Kioto. Con aplomo, en el aire, un ciclo de anillos en ciclo de giro, sin detenerse, no por nadie... y ciertamente no por este grupo tonto que pensaba que la derribarían de su lugar. ¿Con qué? ¿Este pescado? Ojalá.
Desde Buenos Aires hasta Ceilán intentaron enfrentarse a ella, y cada vez se iban un poco más ligeros mientras ella recogía monedas de uno tras otro. Una apuesta peligrosa que parecía no poder rechazar, porque la Reina del Baile simplemente no perderá...